Saldos y retazos III

Debido al arrollador éxito entre el público y la crítica esecializada, de la entrega 1 y 2 de esta trepidante saga llega a las bateas este nuevo capítulo que relata estas tres ideas tres que en algún momento intentaron ser cuentos pero que se quedaron en el camino por esos caprichos de la inspiración y la evidente falta de talento del autor. Andese con cuidado, querido lector, porque en una de estas historias aparecera el final de El sexto sentido y de otras películas. Así que si no la vio no lea y si lee no se queje porque quien avisa no es traidor.

El contador de finales

Una tarde de viernes en un patio de colegio un compañerito emocionado le contaba a su amigo, Pedro Gimenez, que el padre había alquilado para esa noche "Escape a la victoria". Pedro sin inmutarse le dijo "empatan 6 a 6 pero igual se fugan". Ni su primer ojo negro, ni su guardapolvos manchado de sangre evitaron esa obsesión por contar los finales de las películas que lo acompañaría para el resto de su vida. "Al final el Guasón muere" interrumpió algún día en el colectivo o "E.T al final se vuelve" supo decir en su momento. Después de que lo echaran de 4 videoclubs de su barrio y de un Blockbuster empezó a trabajar en un multicines del centro. "Me da dos para El sexto sentido" le preguntaron una noche, "si como no -respondió Pedro amablemente-, son diez pesos y Bruce Willys está muerto". Esa madrugada lo encontraron muerto en la parada del colectivo, sospechan que una pareja enfurecida lo estranguló.

Los secretos inutiles de Cacho García

El sueño de Cacho García era trabajar en televisión, más precisamente en algún programa de chimentos de los tantos que dan a la hora de la sobremesa. Pasaba horas y horas haciendose entrevistas frente al espejo. Todas las semanas escribía en su blog "Pueblo chico, infierno grande" los principales secretos de sus vecinos: "Doña Marta, la del bar, engaña su marido con el repartidor de la cerveza" posteó tres meses después del casamiento de la susodicha con Marcos Barrientos, el repartidor de la cerveza. En otra oportunidad acusó a Rosa Aranguren de no juntar la caca de su cocker, y si bien en esta ocasión tenía razón la municipalidad ya la había multado por lo mismo. Cansado por la escasa repercución de su bitácora empezó a deambular por las calles revelando secretos inutiles a grito pelado. Perdió a su familia primero, a su trabajo luego y finalmente la razón. "El zorro es Don Diego" vocíferaba el martes por la tarde que se lo llevaron al Manicomio.

Barrabrava profesional

Alberto Mendieta era un habitual en la popular de Brown de Arrecifes. Un tipo apasionado del fútbol pero sobre todas las cosas con mucha facilidad para componer canciones de cancha y para hacer rimas chuscas con los apellidos de los árbitros. Su fama era tal que varios políticos de la zona contartaron sus servicios para sus campañas electorales Como el fobal le quedaba chico incursionó en otros deportes como el básquet, el voley e incluso en verano se lo vio alentando fervorosamente un partido de tejo en Mar del Plata. Su creatividad era tal que empezó a utilizarla en su vida cotidiana. "Oh verdulero, vendeme manzana/ para la ensalada/ de está navidad/ olé olé olé/ olé olé olé olá/olé olé olá dos bananas y un ananá" o "tomalá vo'/ damela a mi/ dame dosciento' de fiambrín" se le pudo escuchar en alguna ocasión. Al principio causaba gracia, pero sólo al principio. Despúes de muchas protestas, el Coprosede le impide acudir a cualquier evento público e incluso le prohibe salir de su casa. Algunos dicen que una noche se escapó a Salta, aunque otros afirman que sobrevive gracias a que algunos vecinos solidarios le tiran bolsas de comida por arriba del paredón.

Amigos son los amigos

Cuando escuché a Pablito Rago decir en el primer capítulo de Amigos son los amigos que su madre lo había abandonado para irse a Mallorca jamás imagine que unos años después estaría instalado aquí, un lugar espectacular a pesar de la ausencia de barritas de azufre y zapallitos de tronco. Hace ya 8 años que llegué a la isla, empujado por el corralito, la crisis socioeconómica permanente, los choreos o la joda que había acá (en realidad hay jolgorio aunque yo no esté para esos trotes ya). Tenía 22 años cuando cruzé el charco con una mochila llena de sueños de futuro, incertidumbre y cagazo.

Hace poco vino mi amigo el Negro, un hermano diría yo, vino con todas las intenciones de quedarse y eso viene bien porque cada tanto agarran los bajones, y cuando la nostalgia ataca mejor tener alguien cerquita, que haya vivido cosas lindas al lado tuyo, que haya estado siempre, en las buenas y en las malas. Daniel era una de esas personas. Con el Negro Dani habíamos compartido todo lo imaginable y más: fútbol 5, primaria, secundaria, porros, machetes, rateadas, velorios, sábados de boliches, viernes de vino con jugo y cancha. Habíamos reído mucho juntos, también lloramos otras tantas abrazados, sin decirnos nada, y no hay nada que hermane más a dos hombres que un llanto compartido.

Dani le cayó muy bien a Isabel, mi novia desde hace seis años (hace ya tres que vivimos en pecado) y eso estuvo bien porque evidentemente mi amigo se iba a quedar en casa todo el tiempo que haga falta. Interminables noches de recuerdos, plagadas de anécdotas, risas, vino tinto, cigarrillos, empanadas y pizza. Cuando nos íbamos a dormir, Isabel me decía despacito en la oreja:”qué bonito lo que tenéis vosotros, nunca lo perdáis, por favor”. Los primeros días del Negro me lo llevé un par de días a repartir Coca cola, para que me eche una manito y para intentar recuperar en alguna medida el tiempo perdido. Además a pesar que yo llevaba bastante tiempo trabajando en lo mismo no podía colocarlo, pero si me acompañaba se lo podría presentar en algún restaurante de los tantos que abastecía. Así fue y en una semana Dani ya estaba cocinando en Europa, uno de sus sueños se cumplía gracias a mí y yo era muy pero muy feliz.

Después de un mes trabajando a full, el Negro quería buscarse un departamentito para empezar a hacer su vida acá más suya y, según él, no joderme más. Yo le dije que no se haga drama pero le convenía ir con Isabel ya que alguna gente no le gusta alquilarle a extranjeros y era mejor si iba con una “galleguita” como le decía él (él y toda mi familia). El jueves Dani tenía libre en el restaurante y dormía plácidamente mientras yo me iba trabajar como cada día e Isabel se levantaba con un montón de direcciones anotadas prolijamente en una libretita verde. Cuando llegué a la planta el camión estaba roto y mi jefe me dijo que me podía ir. Me metí en el auto y salí para casa. “Nos tomamos unos mates y después los acompaño a ver pisos” pensé. Estacioné, subí corriendo a casa y cuando abrí la puerta Isabel desnuda cabalgaba sobre la cintura de mi amigo del alma.

“Yo no tengo amigos –me dijo una vez el Gordo Martín, compañero de laburo-. Los amigos siempre te cagan, te vas a laburar y se cogen a tu mujer”. Esa predicción echa inocentemente 7 años atrás en una comida laboral me retumbaba en la cabeza aunque fue lo tercero que se cruzó por mi mente. Lo primero fue cagarlo a trompadas a él y lo segundo darle doscientos mil garrotazos en la cabeza a ella, pero no hice ninguna de las dos. Me quedé parado un minuto, inmóvil, en silencio masticando rabia. “Saben que: váyanse a la reconcha de su madre” fue lo único que pude decir antes de cerrar de un portazo y bajar la escalera llorando en silencio. Roto y otra vez solo.

Animalario de guitarristas

 

     Así como los amantes del tango sueñan con tocar el bandoneón o con ser uno de Los cantores de Varela, todo rocker  (o la mayoría de ellos) es en gran medida a un músico frustrado, guitarrista -para más datos- en la mayoría de los casos. Este instrumentista es, junto al cantante, el centro de atención de toda banda de rock, blues, o reggae que se precie; y eso sin imaginar que el cantante y la primera guitarra son la misma persona, porque eso ya es pedir demasiado.

      Los guitarristas no serían nada sin sus grandes escuderos rítmicos: los bajistas y los bateristas.  Para compararlo al más fiel estilo argentino, podríamos decir que, seguramente, la hinchada de Independiente hubiera entonado menos veces el famoso Bo-Bo-chini, si no hubiera estado Giusti pegando patadas ni Marangoni devolviendo la pelota redonda.  También existe, en los grupos más numerosos, el guitarrista ritmico quien brilla menos y hace el solo, sólo cuando lo presentan (un Burruchaga si se sigue la anterior tónica comparativa).  Nadie sueña con tocar la guitarra rítmica en una banda, aunque después lo haga más que dignamente.  Todos se imaginan ser Agnus Young, y nunca su hermano Malcolm; el ídolo es Satriani y no el que le aguanta el ritmo para que él se luzca y es más ninguneado que el  que está al lado del cantante de Los Piojos.

      Existen varios tipos de guitarristas entre los no profesionales, y a su vez estos se dividen en varios subgrupos.  Los hay que tiene formación folclórica y se pasaron toda la primaria rasgando los acordes de Lunita Tucumana en los actos del 9 de julio,  Zamba de mi esperanza y Valderrama en alguna actuación de fin de año, y desde aquí y casi sin darse cuenta pasaron a ser los principales interpretes de los temas de Gieco, Presente y  Rasguña las piedras en todo fogón, picnic, campamento, reunión, fiesta de la Secundaria. La mayoría de estos, ya en su edad adulta, tiene trabajos normales de lunes a viernes y los sábados hacen tributos a Sabina, Silvio Rodríguez o Aute en los bares de su barrio. Alguna vez  mechan temas de Baglietto (que a su vez son de otro).

    Otro de los tipos son los músicos de carrera, los guitarristas de conservatorio con gran cultura musical y capaces de tocar sin cansarse piezas de Mozart, Bach, Wagner o Strauss ante la indiferencia de todos sus familiares que poco a poco comienzan a retirarse hasta que como por arte de magia regresan formando  trencito cuando suenan  los acordes sol-re-la de la intro de la bamba o si arranca algún “cuando te llamo por tele-fo-no y tu no quieres con-tes-tar…”.  Algunos de estos respetables músicos se convierten grandes concertistas y otros, en cambio se conforman con hacer piezas clásicas en la calle o en alguna banda municipal, siempre combinado con trabajos “normales”.

    Para terminar no se puede dejar de mencionar al grupo más entrañable (en el que se encuentra quien firma estas líneas): el guitarrista frustrado.  Empezaron por hacer “air guitar” con Paradise city en los boliches de moda, luego después de trabajar de canillita en la plaza lograron comprarse la guitarra y hoy casi 20 años después apenas si rascan Knock’ in on heaven’s doors o algún punteo de Clapton.  Nunca perderán la esperanza de poder tocar dignamente diez o quince temas y por el momento se dedican con tocar la guitarra imaginaria esperando que el semáforo se ponga verde (en ocasiones incursionan en el air drums) o a componer canciones para hinchadas de fútbol, así que no se sorprenda si algún día al abajo firmante parado en un paraavalanchas cualquiera sin remera y colgado de un trapo entonando algo como “si yo fuera de Caseros/ correría en patrullero/ si yo fuera de Merlo correría de local/por eso yo soy de acá/ soy del barrio de Devoto/ porque es un barrio de locos/ y todo el año es carnaval”.