Picnic, diez años después

Los cuatro amigos se reunieron como cada martes pera jugar al truco, comer pizza, tomar cervezas y recordar los viejos (buenos) tiempos. Pasó mucho tiempo y el asado del 1º de mayo reemplazó al picnic del día del estudiante hace varios años ya, alguno peina algunas canas, otro ya ni utiliza peine y las barrigas cerveceras se dejan notar. En plena alegoría melancólica decidieron que ese año volverían a celebrar el 21 de septiembre dejando de lado ciertos prejuicios y restandole importancia al nunca bien ponderado "que dirán".
La nublada mañana del veintiuno se encontraron en una de las casas, cargaron el citröen 3cv y tomaron dirección parque Camet. El equipo estaba listo: heladera playera con hielo, sanguchitos de milanesas, un vinito con jugo (para un abstemio disimulo), grabador (con pilas obvio), un cassette de Sui Generis y el Sol&Rock Nacional año ’85. La vestimenta era idónea para tal ocasión: pantalón de buzo, zapatillas, camperita adidas, y unos cortos debajo (por si salía el sol), sin olvidar los clásicos zoquetes. Ya en el parque, se mezclaron con la juventud, hablaron con alguna que otra señorita –casi siempre con escaso éxito- e hicieron de relleno en los picados ajenos. Se convirtieron en aguerridos laterales izquierdos, duros zagueros centrales, ágiles arqueros y soportaron estoicamente los “paselá señor”.
Sobre las seis de la tarde, cansados, decidieron regresar. Se subieron al citröen y al ritmo descontrolado de “hubo un tiempo que fui hermoosooo…” pegaron la vuelta. Los cuatro, sucios, alegres, cantando a grito pelado, sonrisas que de a ratos se en convertían carcajadas. Esta tarde habían regresado un poco en el tiempo, se sintieron por un rato como en aquellas épocas de estudiantes y porque no, como en esos primeros años postsecundario cuando se seguían colando en los primaverales picnics con la única intención de cosechar amistades femeninas.

Seguime Chango (a pedido del público)

Si un nombre ha surgido en muchas opiniones y otras yerbas, ese es el de José de Zer, el primer periodista showman de la televisión argentina y que llevó de la mano a un Noticiero a los 45 puntos de rating, algo impensado en esos entonces y por estos, claro.
Todo empezó con la vibrante historia de los ovnis en el cerro Uritorco, cuando José Keizer (tal cual rezaba su dni) perseguía unas luces bailarinas en el cielo al grito de “seguime Chango, seguime”. Esta serie de reportajes le trajo a Nuevediario una audiencia impresionante, al pueblo miles de turistas y a De Zer una fama increíble. Gente que decía haber tenido encuentros con extraterrestres (y hasta sexo), expertos en ufología de todo el mundo corroboraban su historia, miles de personas imaginaban una civilización alienigena en las entrañas del Uritorco, y todo porque por la noche, Carlos “Chango” Torres (el famoso con el rostro más anónimo de la televisión) capturaba los coches que fluían de Cruz del Eje a la sierra, un cordón de luciérnagas enredándose en la montaña que aparentaba naves espaciales emergiendo y desviándose a la nada.
Luego vino la famosa historia del Gnomo platense que se asomaba de un pozo e intentaba succionar a la gente. En el video se veía como el vidente de La Plata era literalmente chupado por el pozo mientras se en escuchaba un misterioso “atrápalo” cuando se pasaba la cinta al revés. El tipo estaba loco y en edición agregaban voces en off para dar más realismo a la cosa. Luego vinieron los misteriosos enanitos de color rojo y negro que salían del bosque Peralta Ramos en Mar del Plata pero nunca se pudo comprobar si era inventos de la gente o era el sector más petiso de la hinchada de Colón de Santa Fe.
Hoy la cosa ha cambiado mucho. Nuevediario dejó de existir, De Zer falleció y el Chango tiene una agencia de remises. Hoy muchos periodistas nos engañan, pero sin la fantasía de antaño, así los críticos de cine insisten con que Kevin Kostner es buen actor y que Glenn Close está buena, los musicólogos nos quieren convencer que lo de Arjona es poesía urbana y algunos cronistas deportivos se creen más protagonistas que los propios deportistas. Por eso esta nota está dedicada a De Zer, a su camarógrafo, y a todos los que vibraron, soñaron y hasta se asustaron pegados a la pantalla de canal 9 al escuchar:”seguime Chango”.

El casamiento paquete

Evitando prolegómenos reiterativos, que el lector habitual conoce y el menos asiduo o nuevo imagina, pasaremos a compartir esta historia real de un amigo (diríamos hermano) de la casa:
Era un casamiento muy pituco, de esos con vino reserva y champagne francés. Los anfitriones fletaron un micro hasta la casa quinta dónde era el jolgorio para que los invitados no tuvieran que manejar y así, poder beber a discreción desde la copa de espera hasta la barra libre con marcas buenas.
El muchacho se había vestido de punta en blanco, camisa clarita, pantalón oscuro pinzado, zapatos brillosos -tipo bailarín de tango- y el saco, mero objeto decorativo ya que hacía bastante calor. Por consejo de quien firma estas líneas (que una vez y de casualidad asistió a una boda de este tipo y le dijo: bodorrio pituco, cena fina = plato grande raciones pequeñas, new cuisine que le dicen) el protagonista, estaba atendiendo considerablemente los canapés de la entrada: jamón de pato, tostaditas con salmón ahumado noruego con caviar y huevos de codorniz, entre otras cosas, que un mozo regularmente traía. Para ser sinceros los camareros no venían tan asiduamente como nuestro muchacho quería, entonces en uno de esos intervalos se acerco disimuladamente a la mesa y se fue directo hacia el plato con los huevitos apilados muy simétricamente, agarró uno, lo apretó para pelarlo y descubrió que no eran duros. Una impía y amarilla yema manchó casi la totalidad de la camisa aunque una rápida intervención de su mujer y del agua fría evitó que el papelón fuera mayor y la calurosa noche impidió que se pelara de frío por la camisa mojada.
A la tercera copa de vino bueno nadie se acordaba ya del incidente y a la quinta todos hacían el trencito (alguno ya con la corbata como vincha) al ritmo de “Camelia, Camelia, Camelia… Camelia de mi corazón….” como si nada hubiera pasado. Así que ya saben, astutos lectores, si van a un casamiento paquete no toquen mucho los huevos (de codorniz, claro).

Por la vereda de enfrente

Una vez más llega a Una Muchacha y una Guitarra (la fórmula de la felicidad), una historia real. Mi nombr…ejem, los nombres de los protagonistas, así como la fecha y la ubicación en la que estos hechos sucedieron han sido cambiados, con el claro objetivo de proteger la integridad de las personas y al mismo tiempo evitar que estas reciban cargadas, burlas, cachadas o dolorosas risas por la espalda.
Sandro vivía a una cuadra del supermercado (pequeño, para más detalles) dónde hacía sus compras habituales. Casi a mitad de cuadra un kiosco atendido por una señora canosa y un morocho alto, en el que el muchacho adquiría algún periódico, digamos de izquierdas, revistas de música, algún que otro libro y cigarrillos negros.
Una mañana pasó a averiguar sobre un diario que regalaba un disco de Santana. Lo que Sandro quería saber en realidad era si podía evitar la compra de dicho matutino ya que sólo le interesaba el compacto, la mujer le aclaró que no sabía y que tenía que mirar “si le obligaban a recortar el cupón o no”. Esa fría tarde de invierno volvió a pasar de regreso a su casa con un paquete de “Cruz De Malta” de medio kilo abajo del brazo, y esta vez lo atendió el morocho:

- Hola
- Hola ¿qué haces?
- Nada, quería saber si para el disco de Santana hacía falta comprar el diario, para reservarlo, viste.
- Mirá, tengo que mirar si hay que cortar algún cupón o no, mañana te digo.
- Si, si ya me lo dijo tu mamá. Bueno guardamelo con o sin diario.
- Dale.
Se dio vuelta, hizo dos pasos y la morocha voz le interrumpió el camino:

- Ah flaco, ya se qué parece mayor por que no se tapa las canas, pero no es mi mamá, es mi mujer.
- … (silencio)
- … (más silencio)
- … perdoname, disculpame
- No pasa nada flaco
- Chau y disculpame de nuevo eh
- Chau, chau

En el tiempo que pasó entre este suceso y la mudanza, Sandro, no volvió al kiosco, a “Abraxas” lo consiguió de oferta en Musimundo, y para ir al supermercado daba vuelta a la manzana o simplemente caminaba por la vereda de enfrente.