LRPMQLRP

Cuando era chico (y de eso no hace tanto che!) las siglas eran más bien pocas. SA determinaba que una empresa era una sociedad anónima y también le daba nombre a un hotel alojamiento (aunque ya más grande me di cuenta que la gente no va a este sitio precisamente a alojarse), MOLM eran los colectivos que me llevaban a mi casa, EEUU los gringos del norte y RRPP mis superiores cuando era tarjetero de Archie.
Pero en algún momento de estos, nuestros días algo cambió. Caiga quién caiga empezó a ser CQC y Perdona nuestros pecados PNP, AC dejó de significar sólo antes de Cristo para convertirse en Andrés Calamaro y hasta este espacio alguna vez fue UMYUG (LFDLF). Antes las siglas eran de uso casi exclusivo de sindicatos y afines, y ahora sirven para nombrar programas de televisión, grupos de música y hasta farmacias de turno: La vela puerca es ahora LVP, No te va gustar es NTVG, Héroes del Silencio es HdS y JAF es un boludo (igual que Bunbury). En este matete (creo que ante el continuo atentado lingüístico se me permite esta licencia) idiomático tranquilamente se puede confundir a Soda Stereo con la policía nazi, a la Asociación Argentina de Actores –y de árbitros- con una parte negra de la historia reciente, y hasta yo mismo podría Rolling Stone y Ringo Starr al mismo tiempo.
Las siglas nos invaden, pueblan nuestras revistas, ocupan las primeras planas de nuestros diarios, abundan en las parrillas televisivas y si esto sigue así diremos MDUKDChPF para pedir un kilo de chorizos. La siglas, junto con los mensajes escritos con k, se empeñan en resumirlo todo y esto quizás es el signo d elos apurados tiempos que corren. Las siglas me tienen podrido y por mi se pueden ir a LRPMQLRP.

Dos para una mentira

El Colorado Julio no era demasiado afín con las nuevas tecnologías, descreía de los chat, pataleba en contra de internet y afirmaba que los reproductores de mp3 suenan como el culo. La rápida evolución de la red y sobre todo la instalación de un cyber café en su barrio, lo hizo amigarse un poco (aunque no mucho) con la computación. Mandaba mails, jugaba al truco online con un amigo que la crisis de 2001 había empujado a Berlín y de vez en cuando chateaba con mujeres de otros pagos, aunque sin llegar a trabar amistad alguna con ninguna porque había algo que lo atormentaba: la mentira.
Julio no es de esas personas que consideran la mentira un pecado capital, pero la facilidad que ofrece la red para ocultar (o al menos disfrazar) la verdad le parece espantosa porque detrás del aparentemente inocente nick de Sandra, puede esconderse un asesino serial, la abuela de tu mejor amigo o el travesti de la esquina (que casualmente se llama Sandra). Feos que se mienten lindos, vagos que dicen ser trabajadores, adolescentes que afirman ser adultos, viejos que escriben todo con k, tipos que firman con nombres famosos, mentiras todas que distan mucho de aquellas que en sus años mozos el colorado había convertido en un verdadero arte.
Por ese entonces Julio se llamó Bryan, Byron, Ezequiel, Ismael, Gonzalo y Mauro. Fue restaurador de cuadros, químico en una fábrica de alfajores, dueño de un telo, hincha de Vélez, plomo de Charly García, fiscal peronista, amigo de Alejandro Lerner, extranjero, perito mercantil, porteño, futbolista profesional, surfer y camarógrafo de un canal de cable. Además visitó lugares tan exóticos como las Galápagos, Madagascar, Alaska y Necochea. Aquellas mentiras eran verdaderas joyitas que construía sin necesidad de esconderse detrás de una computadora, que surgían casi espontaneas cuando alguna oreja femenina se disponía a escucharlas, predispuesta a creer verdad cualquier fantástica historia que olvidaría ni bien cruzara la puerta, cómplice y a la vez compañera de juego que podría ser (según la ocasión) bailarina del Colón, secretaria del Intendente, jugadora de Hockey y dueña de un supermercado.
Esas mentiras de ayer no buscaban el engaño en si, no perseguían la estafa, no pretendían sacar ventaja, sino que eran quizás el reflejo de lo que cada uno hubiera querido ser, como una aceptación de las frustraciones. Por eso y también porque es un melancólico empedernido, el Colorado Julio está cada vez más convencido de que mentiras eran las de antes