Perros malos eran los de antes

     El mejor amigo del hombre, siempre fiel compañero, enemigo acérrimo de ciclistas ocasionales y de repartidores de pizza, guardianes al acecho de ladrones de garrafas, rescatadores de montañistas congelados, perseguidores de gatos, corredores de carreras.  Todo esto y muchas cosas más podríamos enumerar cuando hablamos  de los perros.

     Hay muchas clases de perros: grandes, medianos, chiquitos, de pura raza, mezclados, callejeros, de jardín, falderos, guardianes, juguetones, buenos y malos (muchas veces ambas cosas a la vez). Cada barrio tiene su propia fauna perruna, por ejemplo en   el  del que aquí firma estaban, el de nombre gracioso se llamaba “Cual” (puede ser noset, quien o igual que vos, según la barriada), el Derzú un ovejero alemán ciego que se chocaba los palos de luz y el más malo de todos sin dudas era el Lobo, propiedad  de Don Alejandro el masajista sordo de la cuadra.  Al Lobo poca gente lo vio, pero todos lo escucharon ya que su ladrido era muy potente, se comentaba que era cruza con lobo (de ahí su nombre), nunca salía y su filosa dentadura había quedado grabada en varios culos de la zona. Algunas hipótesis afirman que antes de morir su can, Don Alejandro grabó su potente vozarrón para hacerle creer a los cacos que, cual Elvis perruno, Lobo vive. Hoy ya hace años que el masajista y su mascota no están, y esa casa es más silenciosa y a la vez más insegura.

     Cada raza canina tiene sus características propias bien diferenciadas.  El pastor alemán, noble guardián y compañero, los cocker spanish  y su inmadurez, la valentía de los perros chiquitos, la alegría del setter irlandés (el de un vecino, por ejemplo, llamado Arturo en honor a su cuñado también era pelirrojo), el galgo su elegante velocidad y el doberman, con su cerebro más grande de lo normal –según cuenta la leyenda- que provoca que de vez en cuando se le salga la cadena.  Y precisamente el doberman (con permiso del dogo argentino) era en otras épocas el perro más malo que los tipos duros podían tener, pero con el paso del tiempo fue desplazado por rotwaillers, pit bulls y bull terriers hasta caer casi en el olvido; es por ello que cuando este humilde firmante recuerda a Rufo (un doberman amigo) y sus morisquetas o a Lobo y sus potentes ladridos, piensa, no sin nostalgia, que perrros malos eran los de antes.