Saldos y retazos

El doctor Jeckill de Villa Crespo

 José Del Moral era repartidor de galletitas y vivía en Villa Crespo.  José Del Moro era barman en un boliche de San Martín.  Del Moral era hincha de Atlanta y Del Moro de Chacarita.  El repartidor media uno ochenta y tenía ojos marrones, mientras que el otro era dos centímetros más alto y sus ojos era color miel.  Los dos eran misma persona.  Ambos lo sabían y trataban de organizarlo: Del Moro rara vez aparecía de día y  a del Moral no le gustaban las salidas nocturnas, mientras que ninguno de los dos podía llevar  a nadie a su casa.  Siguiendo esas escasas y básicas leyes podían controlar las transformaciones excepto los días de humedad.  Una pegajosa y desgraciada tarde de noviembre, se convirtió en del Moral en plena popular de Chacarita, casi lo matan.  El descenso de Atlanta hizo su vida un poco más tranquila.

 Sueño recurrente

  Alberto Corrales nunca se acordaba de los sueños, no había tenido pesadillas, ni se había acostado con Raquel  Welch, al menos no que él recuerde.  No soñar no le quitaba realmente el sueño (valga la redundancia) y podía vivir perfectamente sin ellos hasta que una fatídica mañana de primavera se le salió la cadena de la bici en una curva que le provocó un grave golpe en la cabeza.  A partir de esa noche y por el resto de las noches empezó a tener siempre el mismo sueño.  Los primeros tiempos lo tomó a risa, le hacía gracia la novedad, pero a partir del tercer mes la cosa se puso fea, el dichoso sueño lo hacía levantarse cansado.  Una noche harto de todo, se tomó un termo de café y si bien evitó el sueño, no pudo esquivar el agotamiento que le provocó el insomnio.  Probó de todo para evitarlo: pastillas para dormir, tilo, valerianas y nada, no sólo seguía cansado sino que el sueño se repetía.  Era imposible porque Alberto Corrales soñaba que estaba despierto.

 El increíble Hans

 Hans Frank Neuer vivía en Berlín oriental.  Era un tipo normal, adicto al gimnasio, dueño de un físico privilegiado: metro noventa con músculos hasta en los dedos de los pies.  Una tarde, que  se  quedó dormido mientras le hacían una resonancia magnética, le aplicaron accidentalmente  una sobredosis de radiación que se queda dentro de su cuerpo para siempre.  Su vida ya no fue la misma  ya que estás radiaciones le provocaron más trastornos que satisfacciones ya que al contrario de lo que dictan las historias de superhéroes,  Hans se volvía más débil, cuando se enfurecía.  El grandote y musculoso  Hans se transformaba en un tipo bajito, esmirriado e indefenso cada vez que se enojaba, por eso no dudaba en tomar tranquilizantes para que nada altere su estado de ánimo.  No siempre los tomaba. Por eso en ocasiones se lo veía escapando de palizas arrastrando su ropa gigante.  Una vez estuvo a punto de matarlo un camionero que lo encerró en la autopista.  Desde ese día Hans ya no sale a la calle solo, de hecho casi no sale.