Los cuatro amigos se reunieron como cada martes pera jugar al truco, comer pizza, tomar cervezas y recordar los viejos (buenos) tiempos. Pasó mucho tiempo y el asado del 1º de mayo reemplazó al picnic del día del estudiante hace varios años ya, alguno peina algunas canas, otro ya ni utiliza peine y las barrigas cerveceras se dejan notar. En plena alegoría melancólica decidieron que ese año volverían a celebrar el 21 de septiembre dejando de lado ciertos prejuicios y restandole importancia al nunca bien ponderado "que dirán".
La nublada mañana del veintiuno se encontraron en una de las casas, cargaron el citröen 3cv y tomaron dirección parque Camet. El equipo estaba listo: heladera playera con hielo, sanguchitos de milanesas, un vinito con jugo (para un abstemio disimulo), grabador (con pilas obvio), un cassette de Sui Generis y el Sol&Rock Nacional año ’85. La vestimenta era idónea para tal ocasión: pantalón de buzo, zapatillas, camperita adidas, y unos cortos debajo (por si salía el sol), sin olvidar los clásicos zoquetes. Ya en el parque, se mezclaron con la juventud, hablaron con alguna que otra señorita –casi siempre con escaso éxito- e hicieron de relleno en los picados ajenos. Se convirtieron en aguerridos laterales izquierdos, duros zagueros centrales, ágiles arqueros y soportaron estoicamente los “paselá señor”.
Sobre las seis de la tarde, cansados, decidieron regresar. Se subieron al citröen y al ritmo descontrolado de “hubo un tiempo que fui hermoosooo…” pegaron la vuelta. Los cuatro, sucios, alegres, cantando a grito pelado, sonrisas que de a ratos se en convertían carcajadas. Esta tarde habían regresado un poco en el tiempo, se sintieron por un rato como en aquellas épocas de estudiantes y porque no, como en esos primeros años postsecundario cuando se seguían colando en los primaverales picnics con la única intención de cosechar amistades femeninas.
La nublada mañana del veintiuno se encontraron en una de las casas, cargaron el citröen 3cv y tomaron dirección parque Camet. El equipo estaba listo: heladera playera con hielo, sanguchitos de milanesas, un vinito con jugo (para un abstemio disimulo), grabador (con pilas obvio), un cassette de Sui Generis y el Sol&Rock Nacional año ’85. La vestimenta era idónea para tal ocasión: pantalón de buzo, zapatillas, camperita adidas, y unos cortos debajo (por si salía el sol), sin olvidar los clásicos zoquetes. Ya en el parque, se mezclaron con la juventud, hablaron con alguna que otra señorita –casi siempre con escaso éxito- e hicieron de relleno en los picados ajenos. Se convirtieron en aguerridos laterales izquierdos, duros zagueros centrales, ágiles arqueros y soportaron estoicamente los “paselá señor”.
Sobre las seis de la tarde, cansados, decidieron regresar. Se subieron al citröen y al ritmo descontrolado de “hubo un tiempo que fui hermoosooo…” pegaron la vuelta. Los cuatro, sucios, alegres, cantando a grito pelado, sonrisas que de a ratos se en convertían carcajadas. Esta tarde habían regresado un poco en el tiempo, se sintieron por un rato como en aquellas épocas de estudiantes y porque no, como en esos primeros años postsecundario cuando se seguían colando en los primaverales picnics con la única intención de cosechar amistades femeninas.